(Español) Maria Dueñas “Misión Olvido”

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Maria Dueñas “Misión Olvido”. Planeta. Temas de Hoy. Barcelona. 2012. 512 pgs.
capa do livro misión olvido     “Parece que no es tan buena como El Tiempo entre Costuras”. Fue la respuesta que me llegó cuando, apenas había bajado del avión en Barajas y viendo el nuevo libro de Maria Dueñas empapelando las librerías del aeropuerto, se me ocurrió preguntar a no recuerdo exactamente quién. La pregunta sobraba; ya lo tenía fichado y en la lista de compras antes del vuelo de vuelta. Pero a uno le gusta calentar motores. La verdad, es que la autora ya te hace entrar en calor, con un párrafo en el reverso del libro. No hay cómo decirlo mejor: “Tres años después de la publicación de El Tiempo entre Costuras, vuelvo a llamar a las puertas de los lectores con la historia y la voz de una mujer. Una mujer contemporánea, cuya estabilidad aparentemente invulnerable ha saltado por los aires. Se llama Blanca Perea y ha decidido huir”.

Y es que María Dueña domina la narrativa que, en todo momento, está teñida de perfiles femeninos, bordados, con relieve, en tres dimensiones, que te entran por los ojos, y casi los tocas. Así presenta a Rebeca, una de las interlocutoras de Blanca: “Su saludo fue un apretón de manos afectuoso, transmitiéndome su calidez con el tacto de la piel y un par de ojos claros que iluminaban un rostro hermoso en el que las arrugas no eran un demérito. Un gran mechón de hebras plateadas le caía sobre la frente. Intuí que bordeaba los sesenta y presentí que se trataba de una de tantas secretarias imprescindibles que, con la tercera parte del sueldo se sus superiores, suelen ser más competentes que ellos en inversa proporción.”

La novela transcurre entre la España del fin del siglo XX en un mano a mano con California, y la de los años 50, con saltos precisos a la época de antes de la guerra, cuando arranca el argumento que engancha e impide dejar la lectura. La descripción de los personajes es magistral. Un estilo que a veces se aproxima del castellano clásico –con sabor casi Cervantino- cuando pasea por los años 30: “Con nadie tenía doña Manolita que despachar sus componendas porque en sus querencias y sus dineros no mandaba más que ella”. O este otro ejemplo, siempre a vueltas con las mujeres: “Simona no era una mujer inteligente, pero llevaba décadas observando de cerca cómo vivían los ricos y tenía las luces necesarias como para percibir que, además del dinero y las propiedades, la educación y la cultura tenían también algo que ver en aquel menester.”

En un par de capítulos se da la alternativa a una protagonista singular: Nana, la abuela de Aurora. De lo más castizo. Reconozco que me reí a carcajadas, sólo, mientras imaginaba esta señora de armas tomar, que la autora describe con maestría. Un perfecto retrato: “Me encanta, me encanta, me requeteencanta!. Estas casas modernísimas y estos muebles tan…tan…tan.. No tengo palabras, es que me rechiflan a morir. Cariño, a ver si te haces amiga de mi hija y la convences para que el trapero se lleve todas las reliquias horrorosas que tenemos en casa y compre cosas de estas, tan modernas, tan fabulosas”. Una dama de lo más “echao palante” que se terciaba en los años 50. A base de lingotazos de Martini, mientras su interlocutor americano quiere como que recordar un dicho que le rondaba la mente y que le parece encajar a la perfección: “De perdidos, al rio”.

Las mujeres, que borda, y todo lo que las rodea; principalmente, los hombres, que nunca acaban de entenderlas. “Así era Alberto. Persistente para todo lo que le interesaba, insensible para las complicaciones”. Aunque también no ahorra elogios para los hombres que se hacen merecedores: “Su manera natural de andar por la vida, el afecto con el que trataba a todo el mundo y con el que todos los que le conocían parecían tratarle a él. Flirteaba con las camareras, cuanto más feas y más gordas, mejor. Abrazaba a sus amigos sin reservas, solía mirar las cosas a través del cristal de la ironía y hacía que todo resultara fácil a su alrededor”.

Que me ha gustado la novela, es fácil de deducir a estas alturas. Aunque hay un aspecto que merece comentario aparte. La forma como Maria Dueñas evoca la España de los años 50, que yo viví de refilón, y que me transporta a la época, con fascinante aroma de infancia. Aunque sea largo, prefiero copiar un par de descripciones. Quien las ha paladeado entenderá. “Pero prefirió no moverse: seguir durmiendo en un habitación oscura abierta a un patio en el que siempre había ropa tendida y olor a lejía, alumbrarse con la luz escasa de una bombilla pelada, sentarse a leer en una silla de enea ante la ausencia de un buen sillón. Nada se le hacía incómodo. Lo percibía como algo sustancialmente auténtico. Realidad en su esencia más pura, sal de la vida”.

El escenario preciso donde vive uno de los protagonistas en el barrio de Arguelles, en el Madrid de los 50, se complementa con los sonidos, visiones y sabores que son, al fin, olores, pues es el olfato el sentido que más despierta la memoria. También la del lector, si ha tenido la ventura de tantearlos. “Los guisos llenos de sustancia servidos con pan para mojar, el café de puchero con el que abría los ojos por las mañanas, sus camisas lavadas a mano y planchadas con primor y almidón. Las anécdotas de la señora Antonia y su memoria intacta del ayer que, en sesiones continuas de mesa camilla, le ayudarían a ir descubriendo la miga de la tierra que pisaba. El manantial de habla popular que a diario oía, el borboteo constante de giros y chascarrillos que él empezó a anotar por montones en el cuaderno que a partir de entonces decidió llevar siempre en un bolsillo. Y quizá sin él saberlo y por encima de las demás causas, sobrevolándolas a todas de manera imperceptible, hubo algo más. Algo impalpable, intangible. Algo que había percibido desde el momento en que atravesó la puerta de la vivienda y se enfrentó al tapete de ganchillo y al retrato añoso de una boda de pueblo en el que ya faltaba la mitad. Al olor de comida en la lumbre, a la estampa enmarcada del Sagrado Corazón, al almanaque de mujeres morenas, con sombreros cordobeses y ojos tristes, y a la radio permanentemente encendida, inaudible casi a veces, jaranera a ratos con concursos, seriales y coplas. La calidez. La ternura. El verse de pronto arropado”.

Maria Dueñas juguetea con el tiempo, que da vueltas, en verbena de tío-vivo permanente. Nos encantó cuando el tiempo era entre costuras, y ahora, lo columpia entre países, gentes, culturas. Así como los zahorís encuentran agua, hay quien tiene el mismo don con el tiempo. Por ejemplo, Ettore Scola, el director de cine italiano; el tiempo es ingrediente de todas sus películas. Misión Olvido, juega con el nombre de la misión y con el verbo que es la distracción disuelta en el tiempo. Un tiempo que cuando pasa revela las circunstancias con realismo, en verdadera perspectiva, “sin dramatismos y, a la vez, sin exceso de frivolidad, con el desapego justo que el tiempo transcurrido proporciona a nuestra manera de rememorar las realidades que la vida nos ha forzado a dejar atrás”.

Tiempo y mujeres, o mejor, las mujeres en el tiempo. Esa es la temática de Maria Dueñas. Un zambullirse en “los instintos primarios que desde que el mundo es mundo habían movido a las mujeres de la humanidad”. Y una mirada cálida, comprensiva, al desgaste que el tiempo produce en el alma femenina, y que solo otro tiempo hará cicatrizar. “Las tres, sin embargo, habíamos resbalado y caído en el barro en algún momento inesperado. A las tres un mal día nos dejaron de querer. Ante el abandono y la incertidumbre, frente al desamor y la crudeza irreversible de la realidad, cada una se defendió como pudo y batalló con las armas que tuvo a su alcance. Con buenas o malas artes, con lo que el intelecto, las vísceras o el puro instinto de supervivencia nos pusieron a mano a cada cual. El reparto de talentos siempre fue arbitrario, a nadie le dieron a elegir”.

Releo lo que acabo de escribir y me parece que más de uno dirá: “Oye, pero esto no es una crítica, ni siquiera un comentario. Esto es un tráiler del libro”. Ya lo sé. Pero como dicen que mis comentarios cuentan el argumento –cosa que no es tan verdad como que si lo hacen, cada vez con mayor frecuencia, las orejas de las tapas de los libros- lo dejamos así. Un tráiler; no los mejores momentos, porque esos se disfrutan, cada uno por su cuenta, con la lectura siempre cautivante de la prosa de Maria Dueñas.

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