Lorenzo Silva: “Castellano”.

Pablo González Blasco Livros, Sin categorizar Leave a Comment

Lorenzo Silva: “Castellano”. Ed. Destino.  Barcelona, 2021. 368 págs.

Desde pequeño, cuando en el colegio estudiábamos Historia de España, la revuelta de los Comuneros que fueron derrotados en Villalar, para que la casa de Austria se instalase en el comando del imperio español, siempre tenía algo de turbio, no acababa de convencerme. Me preguntaba: ¿al final, porque unos rebeldes dan nombre a tres importantes calles de Madrid? Y, cuando años después pasaba por Juan Bravo, Padilla o Maldonado, la pregunta continuaba presente. Por eso, cuando tropecé con este libro, se juntaron  el hambre con las ganas de comer, y me zambullí en su lectura. Quizá me pasó algo análogo a lo que el escritor describe -la descubierta de su origen castellana- salvando, claro está, las distancias.

La sinopsis del libro, a modo de overture es de lo más preciso: “Esta novela es un viaje a aquel fracaso, nacido de un sueño de orgullo y libertad frente a la ambición y la codicia de gobernantes intrusos y, en paralelo, del descubrimiento tardío del autor, a raíz del extrañamiento y el rechazo ajeno, de su filiación castellana y del peso que esta ha tenido en su carácter y en su visión del mundo”.

Read More

Jesús Sánchez Adalid El Alma de la Ciudad.

Pablo González Blasco Livros, Sin categorizar Leave a Comment

Jesús Sánchez Adalid El Alma de la Ciudad. 2007. Editor digital: Titivillus. 547 págs.

La perspectiva de un viaje académico pasando por Extremadura, disparó las sugerencias de mis hermanos -todos ellos lectores empedernidos- y acabó llegando este libro a mis manos. Y junto con él, la recomendación -que atendí en su momento- de visitar la exposición sobre Las Edades del Hombre, que  este año tenía por marco la Catedral de Plasencia (cfr.  https://transitus2022.com/) Y de Plasencia, de su fundación, trata la obra de Sánchez Adalid, que me leí de un tirón, acabándola durante el vuelo que me llevaba hasta Madrid.

Ya conocía al autor, por otras obras suyas: La del Cristo de Medinaceli, y otra donde demuestra su gusto y su cultura en las novelas medievales. Se nota que es terreno donde se mueve como por su casa, y la presente obra lo confirma. Con la particularidad de que siendo un extremeño el que escribe, el tema le debe ser particularmente querido.

La fundación de Plasencia -que, como aprendí con detalle en la exposición de las edades del hombre- fue fundada por Alfonso VIII, a finales del siglo XII, es el marco de fondo de la narración del protagonista, Blasco Jiménez, a sus compañeros de peregrinación a Santiago de Compostela. Y en ese contexto peregrino, el autor sitúa la temática: “Los peregrinos suelen desahogarse abriendo sus almas a los compañeros que Dios les pone en la calzada; es alivio, catarsis, confesión y manifestación de esperanza. A fin de cuentas, en la vastedad del mundo, ¿volverán a encontrarse en la vida presente? Cada peregrino es un espíritu errante, anónimo, desnudo e indigente”

Las aventuras de Blasco, adolescente, y después hombre maduro, son el diapasón de la novela. Sus recuerdos de juventud: “Blasco —me aconsejaba—, tú haz como yo: mucha oración, disciplina corporal, ejercicio y buena alimentación. ¡Fortalécete, muchacho, que hay que dar batalla al moro! (…) Me encanta oírte decir eso, muchacho. Lo que yo preciso es gente como tú a mi lado. ¡Ánimos es lo que yo necesito, y no que me recuerden la edad!

Los moros, amenaza siempre presente, pues nos encontramos en tiempos de reconquista. Y los cristianos que no se ponen de acuerdo porque, como siempre, cada uno va a lo suyo, a sacar tajada para beneficio propio.  “Como había tregua con los moros, los monarcas cristianos se entretenían aireando sus antiguas desavenencias (…) aburridos guerreros que, sin moros a la vista por medio de la tregua vigente, orientaban su rabia hacia León, poniendo en el reino vecino la causa de todos sus males. Aquella boda celebrada en Guimarães, cerca de Braga, entre don Alfonso IX y la infanta doña Teresa enfurecía a Castilla. La nueva pareja, joven, gallarda y prolífica, había dado ya el fruto de tres hijos que alentaban todas las ilusiones de la alianza entre León y Portugal; un pacto sellado con demasiado veneno, según el sentir de los castellanos, que vislumbraban en la unión sólo el rencor hacia nuestro rey don Alfonso VIII”. Y el ambiente de la guerra, y todo lo que la rodea: “En la cola, a su paso, nos perseguía a distancia una innumerable fila de buscavidas, prostitutas, truhanes y mercachifles; gentes miserables que no sabían vivir sino en pos de los ejércitos”.

Blasco, cuando es un niño desvalido y pobre, es acogido por D. Bricio, personaje de inmensa estatura, física y espiritual. Un verdadero maestro, un clérigo que llegará a ser obispo de Plasencia (lo que también comprobé en la exposición). Y de este trato, consejos del D. Bricio, regateos y engaños de Blasco, que va medrando en la vida a la sombra de su protector, es el verdadero núcleo, el  meollo de la novela.  “Solía sucederme siempre que hablaba con él: sus largas explicaciones para la mínima cosa me exasperaban. ¡Qué necio e impulsivo era yo! No sabía aprovechar la gran sabiduría de mi maestro, cuyas palabras no tenían desperdicio”.

Y sigue un diálogo como botón de muestra:

-Todo el mundo sabe esas cosas, don Bricio. Vos sois demasiado bueno y se aprovechan.

—De vez en cuando hay que dejar que los otros se aprovechen de uno. Ésa es la equidad. ¿No has oído esa palabra? Algunas veces debemos fallar según la conciencia y no según la rigurosa justicia. Habrás de acostumbrarte a que en la vida las cosas pueden ponerse patas arriba en un instante. ¡No todo va a ser gloria! Siempre habrá un momento de contrariedad agazapado detrás de un hecho feliz. Pero no por eso debemos pagar con los demás odiando y revolviéndonos como un perro rabioso contra el primero que se ponga delante

El relato de Blasco a sus compañeros de camino, muchos años después, hace justicia a su maestro: “Don Bricio era un hombre cabal.  Estaba siempre en guardia frente a los bajos instintos de los hombres. Ya os conté cómo seguía la doctrina de san Agustín de Hipona. Él, como el sabio doctor obispo de Hipona, consideraba que la virtud es condición de felicidad, y la voluntad ordenada es condición para la virtud. Los pecados, egoísmo, soberbia, avaricia, lujuria… son los desórdenes que acaban trastocándolo todo. En fin, solía decir que los hombres y las sociedades temporales deben regirse por una voluntad ordenada y sujeta a norma. Dicho de otra manera: toda sociedad necesita la paz, y la paz es orden”.

Blasco confiesa sin pudor sus equivocaciones y desvíos:  “Éramos jóvenes y aquello regalaba nuestras vanidades. Era una ilusión que tenía su propio encanto. A lo bueno cuesta poco acostumbrarse (…)Nos guardábamos las distancias, pues nos hermanaban los pecados: ambos éramos lujuriosos; pero él acusaba a la vez una insaciable sed de oro; mientras que a mí me perdía el deseo de poder (…) Cada uno quería tener la razón y, en el fondo, todos la tenían. Mas ninguno era capaz de entender ni aceptar las razones del otro”.

Ya avanzada la novela, Blasco nos cuenta los intentos de justificarse ante D. Bricio de sus muchos desvaríos. “Un hombre no es sólo lo que tiene —repuse apesadumbrado—. Y nadie puede renunciar completamente a sus orígenes. Sufro porque no sé quién soy, porque no puedo evitar sentir un vacío muy grande por dentro. Es como si todo lo que ha sucedido últimamente me hubiera robado mi identidad, mi lugar en el mundo, y me viera arrastrado a vivir otra vida que no es la mía. No, nadie puede renunciar a sus orígenes, ni a sus creencias, ni a sus deberes, porque, entonces, posea lo que posea de nuevo, no sabrá quién es. Nadie puede matarse a sí mismo y pretender seguir viviendo… Y yo siento que he matado a Blasco Jiménez…”.

Y el maestro, siempre objetivo y directo, llamando las cosas por su nombre: “No trates de enredar las cosas —me dijo—. No lograrás sepultar tu propia responsabilidad bajo una montaña de incógnitas etéreas acerca del mal y el bien. Todas esas circunstancias están ahí, son inherentes a la vida misma y nada le quitan ni le ponen a la bondad o malicia de los actos humanos. Es, precisamente, en medio de la injusticia, la mentira y la división, donde ha de resplandecer la pureza de las intenciones. Y tú has sido ingrato y rebelde. ¿No son acaso eso males en sí mismos?. Has ido sucumbiendo a todas las trampas de este mundo; a los más lamentables engaños y seducciones del Maligno”.

Por eso Blasco concluye: “Ocultar a los jóvenes la verdad de las cosas y esconderlas a la realidad del mundo es un craso error, una tentación torpe que han padecido todas las generaciones. Siempre será preferible molestar con la verdad que complacer y preservar al alma envolviéndola en fantasías e hipócritas moralinas falsas y superficiales”

Conforme se avanza por las páginas,  el relato de Blasco transpira enseñanzas éticas, con relieve moral, casi catequético. No hay que olvidar que Sanchez Adalid, además de escritor es también un clérigo que ejerce. Y los recados que da, con elegancia y claridad, apoyan su afán de ayudar a la gente a mejorar: “Cuando amenaza una gran tribulación, se aproxima un gran beneficio. Detrás de la tormenta viene siempre la calma. Lo que sucede es que somos impacientes y queremos ver inmediatamente realizados nuestros deseos. Los hombres, a veces, nos afanamos en vanas contiendas, queriendo imponer nuestras propias razones. Después queremos machacar al que piensa de diferente manera, al que se opone a nuestros locos caprichos. En el fondo, la vida toda es como una torre de Babel en la que no logramos entendernos, vivir en paz, amarnos y hacernos felices unos a otros… ¡Qué lástima!” (…) Los infinitos rodeos del corazón humano son siempre consecuencia de un amor equivocado. Destruirán lo que con tanto esfuerzo hemos construido; el trabajo de nuestras vidas, nuestra civilización, nuestra fe, muestra manera propia de entender el mundo”

Y San Agustín, otro peregrino de la verdad en quien se espeja Blasco, tiene presencia marcada: “Hermanos, habéis de comprender que bien y mal, en el hombre, no son parcelas distantes, determinadas con precisión. Sino que bien y mal crecen juntos en el alma humana, como en las sociedades, como el trigo y la cizaña que verdean juntos en el campo creando confusión. El uno es generoso, regala grano y abundancia. Mas la otra es una planta dañina que sólo engendra esterilidad, ahogando las buenas intenciones de las fértiles espigas (…) Retornamos de nuevo a aquella dualidad maravillosamente expresada por Agustín. El contraste fundamental es de los dos amores, que nos introducen en las profundidades dramáticas del hombre; en forma de dos afectos estalla el conflicto, la confusión de sentimientos, la entrelazada sucesión de errores y verdades, trigo y cizaña. Los dos amores de la presente vida luchan en toda tentación, el amor del siglo y el amor de Dios, y el que de estos dos vence arrastra al amante con todo su peso. Porque no vamos a Dios con alas o con pies, sino con los afectos”.

Y no faltan los recados para los clérigos, sus pares: “El mal comportamiento de un solo clérigo hace más daño a la cristiandad que la vida disoluta de veinte príncipes. La gente se fija mucho en nosotros y debemos predicar con obras, más que con palabras (…) El estudio es luz. Es muy necesario instruirse. Hay para quien bastan las cuatro reglas; mas, en el estado eclesiástico, una buena formación lo es todo. Las armas son para otros. Nuestras armas son el estudio, la oración y la humildad. ¿Comprendes?”.

Varias veces, durante la lectura, me pregunté dónde estaba el tal alma de la ciudad que da nombre a la novela. Se encuentra en la entrelineas de la narrativa de Blasco: “Con el paso del tiempo he llegado a comprender que cada ciudad guarda su misterio, su vida propia, su existencia autónoma, particular. Las ciudades no son piedras puestas unas encima de otras para guarecer a la gente. No, no son sólo viviendas de hombres. Las ciudades tienen su auténtica alma, y su exclusivo destino. En su interior anida la vida misma y ellas toman el espíritu de sus moradores. Pero eso, como os digo, he llegado a comprenderlo con el paso del tiempo. Entonces, siendo yo tan joven, aún no me daba cuenta de tales cosas. Comprendí que el hombre suelto en el aire, sin raíces en la tierra, es alguien extraviado. La humanidad enraizada es la ciudad. Todo hombre necesita una ciudad para saber quién es en este mundo”.

Las raíces, el suelo donde agarrarse,  cuando las adversidades y dificultades de la vida nos cercan, y amenazan tragársenos. Algo que, frecuentemente, me viene a la cabeza cuando observo la juventud de hoy, tan comunicada, tan globalizada….y tan epidérmica, sin raíces, porque nadie les ha cuidado como D. Bricio hizo con Blasco. Las raíces que se alimentan, se cuidan, no impiden los descaminos, pero es lo que hace posible el regreso, cuando se cae en sí. De eso deja constancia el escritor cuando anota: “Comprendía Blasco, como hombre sabio, que el camino de retorno no es fácil; como tampoco había sido el de ida. Pero, cuando nos hemos dado cuenta de esto, somos capaces de entrar en nosotros mismos y vernos libres de las garras de todo lo que puede aprisionarnos; de la mentira, de la soledad infinita, del miedo que tanto nos empobrece, de la desesperanza.  Y de la mayor oscuridad, que es no ser capaz de ver más allá; esa triste falta de fe”.

Echar raíces, que son el alma de la ciudad; de las dos ciudades: de la de abajo y también la de arriba, por seguir con el pensamiento del obispo de Hipona. Y para eso, aprender con novelas amenas como esta, que nos hacen pensar y facilitan los caminos de vuelta. “En toda vida humana -escribe el autor-  hay una enseñanza. Y todo hombre guarda en sí el misterio de la humanidad entera, la cual duda, titubea, sufre y goza”. Aprender con las historias de los otros, que no es poca cosa.

Luis Suárez Fernández : « Isabel I, Reina”.

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

Luis Suárez Fernández : « Isabel I, Reina”. Ed. Ariel. Barcelona,  2000, 660 págs.

La lectura de este libro tiene también su historia. Se me ocurrió preguntarle a un viejo amigo, historiador, humanista y escritor, si había visto la serie de TV sobre Isabel de Castilla. No la había visto, se lo apuntó y me mandó este libro que yo no había leído. Total, que salimos ganando los dos. No digo que fue casi como el lema de los Reyes Católicos -tanto monta, monta tanto- pero la serie y el libro, magnífico estudio, serio y profundo, se complementan a la perfección. O por lo menos, eso me pareció, aun no siendo un experto en la materia. Cuando vi los casi 40 episodios, me atreví a pensar que estaban rizando el rizo, dada la multitud de detalles enmarañados. Me equivoqué: el libro deja claro que se quedaron cortos en la producción televisiva, porque las variantes fueron tantas y tan numerosas, que no hacen sino engrandecer la vida de esta mujer y reina, que vivió 53 años, reinó 30,  y dejó un ejemplo singular. De hecho, la Reina de España, como otros historiadores la han denominado. Comentar la serie queda fuera de propósito. Me limito a anotar algunas de las muchas lecciones que me han quedado con la lectura, inolvidable, de este libro necesario.

Los prolegómenos como Infanta de Castilla, nos sitúan en el complejo escenario de los Trastámara y de los innumerables tejemanejes de la nobleza y del clero. El Marqués de Villena “que utilizó las circunstancias de intranquilidad derivadas de la ejecución de don Álvaro de Luna para precipitar y confundir las cosas; no debe extrañarnos, pues en todos los asuntos procedía de la misma manera, dejando puertas abiertas para anular aquello mismo que había hecho. Sutil y complejo plan, propio de la mentalidad embrollona de don Juan Pacheco. Probablemente nunca tuvo intención de cumplir los acuerdos; de hecho nunca lo hacía y así sucedió también ahora. Quintaesencia de lo que llamamos política, su meta estaba en la conquista y retención del poder”.

De otro lado aparece Gonzalo Chacón, “que le profesaría fidelidad a lo largo de una dilatada existencia. Las relaciones con ambos y con sus esposas desbordan los límites de lo que es oficioso. Chacón podía contarle experiencias de tiempos muy cercanos, los de don Álvaro de Luna, cuya viuda, Juana Pimentel vivía ahora en el palacio de los Mendoza, en Guadalajara. No cabe duda de que Isabel continuó muchas de las acciones que se incluyeran en el programa político de refuerzo del poderío real del famoso valido. Refuerzo de la Monarquía compatible con la consolidación de la nobleza”.

Read More

Magda Szabó: “La Balada de Iza”

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

Magda Szabó: “La Balada de Iza”. Mondadori. Barcelona, 2008. 288 págs. Mondadori. Barcelona, 2008. 288 págs.

En uno de nuestros encuentros mensuales -tertulias literarias- estaba previsto una obra de la escritora húngara. Como tenía tiempo por delante, y este otro libro de la misma autora a mano, decidí “calentar motores” con La Balada de Iza que leí en castellano, porque no lo había disponible en portugués, idioma donde me muevo habitualmente.

De nuevo, los húngaros y su prosa que diseca el alma, me golpearon a fondo. Lo mismo que me pasó con Sandor Márai, con quien también pretendí hacer un calentamiento con El legado de Ester, antes de Las Brasas….y llegué afectivamente agotado. Eso sí, en sintonía y con admiración profunda: por la narrativa existencial y vitalista, por la riqueza literaria, y por la figura de la empleada doméstica que, conforme aprendí de una señora húngara, es casi una tradición del imperio austrohúngaro. Se me ocurrió comentarlo con un amigo -erudito, graduado en Coímbra- y me dijo que en Portugal, se las denomina criadas, porque fueron criadas en la familia. Es decir, nada despectivo, sino todo lo contrario, muy familiar. Volveremos sobre las criadas en la siguiente obra de Magda Szabó.

Ahora la protagonista no es una criada, sino una médico, Iza, que da nombre al título. Es la que pivota este teatro familiar -profundo, desgarrador y también entrañable, porque llega hasta las vísceras- con cuatro personajes: Iza, la médica independiente; su madre, el padre que acaba de morir, y Antal, el marido que la médico abandona, pero que sintiéndose de la familia, cuida de los suegros.

Read More

Maria Elvira Roca Barea: Imperiofobia y Leyenda Negra

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

Maria Elvira Roca Barea: Imperiofobia y Leyenda Negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio Español Ed. Siruela, Madrid, 2016. 671 págs.

Me lo he pensado varias veces sin llegar a una conclusión clara. Intentar  resumir en estas líneas la obra que nos ocupa es una pretensión inútil, quizá vecina a la arrogancia. Pero dejar de anotar algunas ideas que me impactaron -pocas, porque son muchísimas- tampoco me parece justo. Y es de justicia de lo que estamos hablando con Roca Barea. Porque lo que tenemos delante no es un tratado o una opinión, sino un estudio histórico de extraordinaria seriedad, como se puede comprobar por la bibliografía enorme donde se apoya. Basta consultar las referencias, lo que te lleva a avergonzarte por tu poca cultura. Esa es la primera advertencia que se impone.

La segunda es que no es una obra confesional, que viene a defender nada. La autora lo deja claro. “No tengo vínculo de ninguna clase con la Iglesia católica. Pertenezco a una familia de masones y republicanos y no he recibido una educación religiosa formal. Siempre he tenido dificultades para decidir si soy de izquierdas o de derechas”. Y al final del libro, para que nadie tenga duda, ni se le olvide lo que ya advirtió, añade: “Es una cosa muy rara, pero los católicos no se defienden. Como no soy católica más que de refilón, esto no lo comprendo. Las causas deben estar en el subsuelo de la mentalidad católica y no llego a ellas (…) El mundo protestante necesita culpables, enemigos, un diablo que explique lo que va mal, como toda corriente histórico-ideológica que nace contra algo. Es un mundo moralmente dual. Los nacionalismos funcionan de la misma manera. Esto en la mentalidad católica no se ve ni se comprende, porque el catolicismo no nació ni se ha mantenido contra algo”.

Y la tercera es que escribo este comentario en español, aunque la mayoría de  mis lectores son de lengua portuguesa. Porque es un libro para españoles, ya que al final, como se deduce, el complejo lo hemos inventado nosotros. Por eso, el prólogo de Arcadi Espada advierte: “Nuestra ensayista ha conseguido con este libro algo de extremada dificultad en esta época. Ha hecho de España un país simpático”.

Read More

Leopoldo Alas ‘Clarín’: “La Regenta”

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

Penguin Clásicos. Epublibre. 900 pgs. (Edición de Gregorio Torres Nebrera).

El viaje a Galicia que en su día comenté, y que me llevó hasta Pardo Bazán, no acabó en Galicia, sino que se prolongó por Asturias. Y, como estaba ya en sintonía con la prosa decimonónica española -más de medio siglo archivada en la memoria, – de Los Pazos de Ulloa, llegué hasta La Regenta, con cuya estatua me tropecé en frente de la Catedral de Oviedo.

Algo había leído ya  de la que algunos afirman ser la mejor novela española del siglo XIX, opinión de lo más discutible. Y sobre otros calificativos que se van agregando: realismo naturalista, estudio psicológico, almas atormentadas, un pueblo como protagonista, personajes sin trascendencia, irreflexivos. Lo que me pareció es que la pluma de Clarín penetra como un bisturí, disecando los meandros del alma humana. Una crítica mordaz, de la sociedad decadente, del clero desmadrado, de la miseria humana, sí. Pero no todos son así, menos de los que pensamos (¡un pueblo entero!), aunque se destaca acertadamente lo que pasa cuando el hombre abdica de su individualidad para delegar en ser sencillamente pueblo.

Descripciones minuciosas, agudas, escalofriantes, alternándose al picaresco modo, como escribía Galdós, en el Prólogo de la edición de 1900: “Picaresca es en cierto modo La Regenta, lo que no excluye de ella la seriedad, en el fondo y en la forma, ni la descripción acertada de los más graves estados del alma humana. Y al propio tiempo, ¡qué feliz aleación de las bromas y las veras, fundidas juntas en el crisol de una lengua que no tiene semejante en la expresión equívoca ni en la gravedad socarrona!”.

Más que el argumento -que en sí, es reducido, simple, multitud de páginas donde se cuecen infidelidades a la Bovary– lo que te golpea es la narrativa impiadosa de Clarín, describiendo los personajes. Eso es lo mejor, con mucho, de la lectura.  Anotamos algunos ejemplos, de los muchos que salpican las casi mil páginas de la novela, empezando por los hombres:

“Celedonio tenía doce o trece años y ya sabía ajustar los músculos de su cara de chato a las exigencias de la liturgia. Sus ojos eran grandes, de castaño sucio, y cuando el pillastre se creía en funciones eclesiásticas los movía con afectación, de abajo arriba, de arriba abajo, imitando a muchos sacerdotes y beatas que conocía y trataba”

“Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años, vivaracho, alegre, flaco, seco, de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qué, la silueta de un buitre de tamaño natural; aunque, según otros, más se parecía a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado (…) El desgraciado ya confundía a los califas de Córdoba con las columnas de la mezquita, y ya no sabía cuáles eran más de ochocientos, si las columnas o los califas; el orden dórico, el jónico y el corintio los mezclaba con los Alfonsos de Castilla, y ya dudaba si la fundación de Vetusta se debía a un fraile descalzo o al arco de medio punto (…) Siempre había sido muy aficionado a representar comedias, y le deleitaba especialmente el teatro del siglo diecisiete. Deliraba por las costumbres de aquel tiempo en que se sabía lo que era honor y mantenerlo. Por supuesto, no entraba en sus planes matar a nadie; era un espadachín lírico”.

Las mujeres son todo un mundo que se ofrece generoso a las descripciones de Clarín. “Tomó un aya, una española inglesa que en nada se parecía a la de Cervantes, pues no tenía encantos morales, y de los corporales, si de alguno disponía, hacía mal uso (…) Visita llamaba misticismo a toda devoción que no fuera como la suya, que no era devoción (…)Para Obdulia las demás mujeres no tenían más valor que el de un maniquí de colgar vestidos; para trapos ellas; para todo lo demás, los hombres (…) Tenía la doncella algo más de veinticinco años; era rubia de color de azafrán, muy blanca, de facciones correctas; su hermosura podía excitar deseos, pero difícilmente producir simpatías. Procuraba disimular el acento desagradable de la provincia y hablaba con afectación insoportable. Había servido en muchas casas principales. Era buena para todo, y se aburría en casa de Quintanar, donde no había aventuras ni propias ni ajenas. Amos y criados parecían de estuco (..) Era amiga de algunas beatas de las que tienen un pie en la iglesia y otro en el mundo; estas señoras son las que lo saben todo, a veces aunque no haya nada”.

Y comentarios generales sobre el mundo femenino que son escalofriantes: no porque sean inverosímiles, sino por el realismo descarnado: “La virtud y el vicio se codeaban sin escrúpulo, iguales por el traje que era bastante descuidado. Aunque había algunas jóvenes limpias, de aquel montón de hijas del trabajo que hace sudar; salía un olor picante, que los habituales transeúntes ni siquiera notaban, pero que era molesto, triste; un olor de miseria perezosa, abandonada. Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban. Niñas de catorce años, con rostro de ángel, oían sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces las hacían reír como locas. Todos eran jóvenes. El trabajador viejo no tiene esa alegría. Entre los hombres acaso ninguno había de treinta años. El obrero pronto se hace taciturno, pronto pierde la alegría expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los proletarios (…) El hombre que no habla con mujeres se suele conocer en que habla mucho de la mujer en general”.

Hombres, mujeres, la aristocracia decadente y frívola, el clero que no predica con el ejemplo. Ese es el triste escenario de Vetusta (nombre imaginario de la ciudad de Oviedo, donde Clarín vivió) donde las prima donas -por no llamar protagonistas de este cuadro de malas costumbres- se destacan por sus vicios: Alvaro Mesía, el clérigo Magistral Fermín de Pas y, naturalmente, Ana Ozores, la Regenta. Para botón -el botón de la habilidad descriptiva del escritor- basta una muestra; o mejor, tres.

Mesía, el bon vivant, mujeriego, que de vez en cuando se ausenta, “se va a Madrid, a cepillar un poco el provincianismo”, es un verdadero calavera. Un don Juan sin clase. “Cuando la mujer se convencía de que no había metafísica, le iba mucho mejor a don Álvaro…Mas renunciar a la tentación misma! Esto era demasiado. La tentación era suya, su único placer. ¡Bastante hacía con no dejarse vencer, pero quería dejarse tentar!  (….) En general envidiaba a los curas con quienes confesaban sus queridas y los temía. Cuando él tenía mucha influencia sobre una mujer, la prohibía confesarse. Sabía muchas cosas. En los momentos de pasión desenfrenada a que él arrastraba a la hembra siempre que podía, para hacerla degradarse y gozar él de veras con algo nuevo, obligaba a su víctima a desnudar el alma en su presencia, y las aberraciones de los sentidos se transmitían a la lengua, y brotaban entre caricias absurdas y besos disparatados confesiones vergonzosas, secretos de mujer que Mesía saboreaba y apuntaba en la memoria. Como un mal clérigo, que abusa del confesonario, sabía don Álvaro flaquezas cómicas o asquerosas de muchos maridos, de muchos amantes, sus antecesores, y en el número de aquellas crónicas escandalosas entraban, como parte muy importante del caudal de obscenidades, las pretensiones lúbricas de los solicitantes, sus extravíos, dignos de lástima unas veces, repugnantes, odiosos las más.”

El Magistral, Don Fermín de Pas, hombre culto, exigente, y atormentado, que padece la educación materna inflexible de quien “nada le dijo contra el dogma, pero jamás la dulzura de Jesús procuró explicársela con un beso de madre” (…) El Magistral conocía una especie de Vetusta subterránea: era la ciudad oculta de las conciencias. Conocía el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que podían servirle para algo. Era aquello un montón de basura. Pero muy buen abono, por lo mismo, él lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolvía, le daba hermosos y abundantes frutos”. El desgaste que él mismo se busca le conduce a un infierno en vida: “De Pas sentía que lo poco de clérigo que quedaba en su alma desaparecía. Se comparaba a sí mismo a una concha vacía arrojada a la arena por las olas. Él era la cascara de un sacerdote”.

Ana Ozores, la mujer de Victor Quintanar que fue Regente en su día, y ella incorpora el apodo de Regenta de por vida. “Salvarme o perderme! Pero no aniquilarme en esta vida de idiota… ¡Cualquier cosa… menos ser como todas esas! (…) Oh, no, no!, ¡yo no puedo ser buena!, yo no sé ser buena; no puedo perdonar las flaquezas del prójimo, o si las perdono, no puedo tolerarlas. Ese hombre y este pueblo me llenan la vida de prosa miserable; diga lo que quiera don Fermín, para volar hacen falta alas, aire”.

Los tormentos de conciencia de la Regenta, y sus funestas consecuencias, alcanzan al marido afrentado y confuso. “Matarla!, eso se decía pronto, ¡pero matarla!… Bah, bah… los cómicos matan en seguida, los poetas también, porque no matan de veras… pero una persona honrada, un cristiano no mata así, de repente, sin morirse él de dolor, a las personas a quien vive unido con todos los lazos del cariño, de la costumbre (…) Vivos deseos sintió  Quintanar por un momento de echar raíces y ramas, y llenarse de musgo como un roble secular de aquellos que veía coronando las cimas del monte Areo. Vegetar era mucho mejor que vivir (…) No le pareció su mujer a don Víctor, le pareció la Traviata en la escena en que muere cantando”.

Mucho se podría comentar de otros personajes, magníficamente descritos, calcados en el cuerpo y en el alma, aunque nada suple la lectura directa de la prosa. Eso sí, preparándose para los sinsabores, que los hay, aunque no falte la ironía fina y jocosa. Por ejemplo, esta descripción de la servidumbre da una casa aristocrática: “Los dependientes de la casa vestían un uniforme parecido al de la policía urbana. El forastero que llamaba a un mozo de servicio podía creer, por la falta de costumbre, que venían a prenderle. Solían tener los camareros muy mala educación, también heredada. El uniforme se les había puesto para que se conociese en algo que eran ellos los criados”. O del ateo militante, genio y figura: “Don Pompeyo era el ateo de Vetusta. «¡El único!», decía él, las pocas veces que podía abrir el corazón a un amigo. Y al decir ¡el único! aunque afectaba profundo dolor por la ceguedad en que, según él, vivían sus conciudadanos, el observador notaba que había más orgullo y satisfacción en esta frase que verdadera pena por la falta de propaganda. Él daba ejemplo de ateísmo por todas partes, pero nadie le seguía”.

La novela, larga y densa, saturada de descripciones es imposible de resumir. E, insisto, no porque contar el argumento sea complicado, sino por que la riqueza no está en la trama, sino en las pinturas naturalistas de los personajes. Después de revisar las muchas notas que tomé, dejo de lado la mayoría y me quedo con un par de ellas, para ajustar el pespunte -que no el comentario- de este libro tremendo. “Es de notar que los vetustenses se aman y se aborrecen; se necesitan y se desprecian. Uno por uno el vetustense maldice de sus conciudadanos, pero defiende el carácter del pueblo en masa, y si le sacan de allí suspira por volver (…) Sport y catolicismo, esta era la moda que continuaba imperando. Pero es claro que lo de creer era decir que se creía  (..) Ello era que Vetusta estaba metida en un puño. Entre el agua y los jesuitas la tenían triste, aprensiva, cabizbaja. El aspecto general de la naturaleza, parda, disuelta en charcos y lodazales, más que a pensar en la brevedad de la existencia convidaba a reconocer lo poco que vale el mundo. Todo parecía que iba a disolverse. El Universo, a juzgar por Vetusta y sus contornos, más que un sueño efímero, parecía una pesadilla larga, llena de imágenes sucias y pegajosas (…) En Vetusta nadie pensaba; se vegetaba y nada más. Mucho de intrigas, mucho de politiquilla, mucho de intereses materiales mal entendidos; y nada de filosofía, nada de elevar el pensamiento a las regiones de lo ideal. Había algún erudito que otro, varios canonistas, tal cual jurisconsulto, pero pensador ninguno”.

El comentario que se incluye en una nota -de las muchas que aparecen en la edición que leí- pone un punto final a este cuadro de costumbres, de malas costumbres, envuelto en una prosa magnífica: “a lo largo de toda  La Regenta se despliega un subterráneo combate de sensaciones, de objetos, de ideas o de palabras cargadas de un simbolismo bien benefactor, bien maligno.  Por otra parte ese hielo (frío de la muerte) contrasta con el «fuego (pasión) en el rostro» que siente Ana cuando –un momento antes– le coge una mano don Fermín. Dos sensaciones táctiles seguidas y tan contrastadas, que incurren en la sistematizada oposición binaria entre el bien y el mal que organiza la novela y la disección moral de la sociedad vetustense”. Quien se atreva, y tenga ánimo, ahí tiene una experiencia fenomenológica de prosa realista hispánica.

Emilia Pardo Bazán: “Los Pazos de Ulloa”

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

ePubLibre. 553 págs.

Dos circunstancias simultaneas, me hicieron volver sobre la obra magna de la Condesa Pardo Bazán, a quien tenía archivada desde mis tiempos de bachillerato, hace más de medio siglo. Por un lado, un viaje a Galicia, por motivos académicos; por el otro -sin duda mucho más provocador- el trabajo de un querido compañero de colegio, de los tiempos pasados que evoco, que se atrevió a transformar en teatro Los Pazos de Ulloa, con un éxito notable, por lo que pude acompañar en el grupo de compañeros del colegio. Es decir, no había como evitarlo, la ocasión la pintaban calva, y me hice con el e-pub completo.  Los viajes de avión, donde cada vez se puede llevar menos peso, te convidan al formato digital. Y resulta que, con los Pazos, viene junto La Madre Naturaleza, en forma de segunda parte. Es decir, una zambullida enorme en el mundo gallego de Emilia Pardo Bazán.

He disfrutado con la lectura y, especialmente, con la pluma descriptiva de la escritora, riquísima, algo que en la adolescencia difícilmente conseguíamos apreciar. Y no sólo los adolescentes, sino la sociedad literaria española, que tardó tiempo en reconocer el talento inmenso de Emilia, celebrado recientemente en las jornadas de la Real Academia Española, con motivo del centenario de su muerte.

No hay como resumir ni describir la experiencia de la lectura, como no se puede describir una sinfonía. Y lo que se me presentó desde el primer momento fue un magnífico concierto literario, con variantes y solos, con arpegios de dolor y gozo, donde las descripciones magníficas del paisaje -de la atmósfera gallega- se mezclan con la de los personajes sin solución de continuidad.

Read More

Lorenzo Silva: El Mal de Corcira.

Pablo González Blasco Leave a Comment

Lorenzo Silva: El Mal de Corcira. Ed. Destino, Planeta. Barcelona. 2020. 460 págs.

Enfrento otra entrega de Lorenzo Silva, y sus guardias civiles, pero ya sé lo que me espera por la trayectoria de sus últimos libros. Una reflexión cada vez más personal, donde más importa el fondo que la forma, y mucho más que el nudo del argumento que, confieso, casi me deja indiferente. Surge con el tiempo el filósofo-psicólogo, y desaparece el guardia civil. El protagonista se las ve con el mundo y el ser humano, y no sólo con la investigación de crímenes. La serie es cada vez menos policiaca y más antropológica. Por eso, lo que vale es la lectura, paladeándola, degustando los decires que, eso sí, no tienen desperdicio.

El subteniente Bevilacqua – Vila para los amigos y lectores-, a propósito de un crimen en las Baleares (Formentera) se transporta, en flash back, a sus primordios como guardia civil, y la lucha encarnizada contra ETA. “Sentí la necesidad de hacer algo más: intentar conocer y comprender mejor a qué me enfrentaba, tratar de aportar a la empresa algo más que mi cuerpo ofreciendo blanco en los cruces en los que a mis superiores se les ocurriera apostarme”.

En aquellos inicios, los superiores visualizan de inmediato que, por detrás del guardia novato, hay un pensador, que es el que va emergiendo a lo largo de los libros de esta serie. “He estado mirando su expediente. Se licenció en Psicología. —Todos cometemos errores. —¿Por qué lo dice? —Escogí esa carrera porque no tenía muy claro qué hacer. Creí que era una forma de profundizar en los misterios del alma humana y que de paso podía servirme para ganarme decentemente la vida. —¿Y? —Ni lo uno ni lo otro. Sobre los misterios del alma humana sigo más o menos como estaba y me tiré un buen tiempo en el paro (…) Hay en ti algo que me gusta, y me gusta bastante. Eres un tío raro, como no hay muchos por aquí. Basta con verte y escucharte, con fijarse en lo que dices y cómo lo dices. Tienes ideas propias, no te las callas y eres un observador agudo. A ratos hasta me parece que no deberías estar aquí, pero eso, lejos de disuadirme, me predispone a tu favor”.

Read More

Ana Iris Simón: Feria.

Pablo González Blasco Livros Leave a Comment

Círculo de Tiza. Madrid. 2020. 240 págs.. Edição do Kindle.

Saltó en mi correo electrónico un email del que se podía leer el título: “Apostar por lo nuevo, solo por ser nuevo, está siendo catastrófico”. Pinché y me tropecé con la entrevista de la autora  que nos ocupa. Desparpajo, modernísima, 29 años. ¿Y esta quién es? Porque si no ponen la foto en la capa igual piensas que podría ser una socióloga, una intelectual…alguien como Dorothy Parker, Janet Malcolm, Hannah Arendt…. qué se yo. Vi la foto, y no resistí : pinché de nuevo y me compré la versión Kindle. Y empecé a leer.

Se ve que a quien escribe el prefacio le pasó algo semejante. Anoto: “Conocí a Ana Iris gracias al Wifi Divino, aka Divina Providencia, que a su vez me puso en contacto con varios de sus amigos y con su vida, obra y milagros. El Wifi Divino (en adelante WD) suele llevarte a descampados, a cuartas plantas de hospitales, a la antigua casa de tus abuelos, a tu novia, a tu niñez. Ana Iris nos pone delante de nuestras narices a los padres, las madres , las muertes y los nacimientos , grandezas de la existencia que muchas veces perdemos de vista, seducidos por la brujería de turno, un lamparón en nuestra camisa o por la interesantísima programación de internet. Ana Iris nos muestra cuáles son las cosas importantes, y cómo por medio de su contemplación uno puede aprender latín , química inorgánica , religiones del mundo y admitir que los hijos de los ateos quieren hacer la comunión y los nietos de los rojos duermen abajo y arriba España”.  Suculenta introducción que te mete más ganas de leer.

Read More

Torcuato Luca de Tena: “Los renglones torcidos de Dios”.

Pablo González Blasco Livros 1 Comment

Torcuato Luca de Tena: “Los renglones torcidos de Dios”. Editorial Diana, S. A. – México 1981. 400 págs.

Las referencias de esta obra me llegaron por partida doble. Un amigo de hace muchos años -estudiamos juntos en el colegio- , anda metido en asuntos de cine, y me escribe comentando que estaba  pensando en un posible guion sobre estos renglones torcidos….Que si tenía yo alguna idea, que lo del cine se me da bien (a lo que siempre contesto que sólo como recurso pedagógico para formar médicos, yo no trabajo en Hollywood, veo enfermos todos los días)….

Días después, y por causa de uno de esos pacientes que veo, sentí el impulso de releer un libro inspirador que recuerdo haber devorado hace más de dos décadas. Y, mira por donde, en medio de los instrumentos desafinados, tropiezo con una cita sobre los renglones torcidos. ¡Ahora no hay como escapar: voy a tener que leerlo! Y aquí estamos.

Read More